Sr. Director:
En primer lugar, queremos agradecer a los autores de la carta la lectura de nuestro artÃculo, y el que asuman dos ideas que se recogen en él y de las que los pediatras siempre hemos participado y decididamente queremos participar: a) que la prescripción de las pautas alimentarias del lactante y la intervención educativa nutricional tienen importancia, o mejor, pueden tener consecuencias, y b) que para lograr que el niño mantenga un adecuado estado nutricional es necesaria la colaboración y la intervención complementaria de pediatrÃa y enfermerÃa. Esas ideas son, y no lo debieran entender de otra manera, las que han motivado nuestro escrito.No obstante, su carta merece alguna aclaración y varias precisiones. El artÃculo no es ni pretende ser un «artÃculo cientÃfico». Descalificarlo por su valor cientÃfico es perder el esfuerzo y querer alejar a los lectores de las cuestiones que se plantean. Es un artÃculo de opinión, nada irreflexivo y, según han considerado los editores y revisores de la publicación, suficientemente documentado.
En él se refleja un estado de opinión, y al decidir su redacción querÃamos hacer estas tres consideraciones:
• Recordar a los pediatras de Atención Primaria el descontrol en el que está cayendo el ejercicio de nuestra responsabilidad asistencial y jurÃdica en este tema, a veces resultando en una verdadera negligencia.
• Insistir en que la enfermerÃa pediátrica deberÃa exigir estabilidad en su dedicación, demandar el reconocimiento de sus funciones dentro del ámbito asistencial y reclamar formación más competente, continuada y del mayor nivel posible. Y asà se recoge en el texto. Porque para los pediatras también la formación especÃfica, reglada, controlada y reconocida del personal enfermero con el que trabajamos es una exigencia de calidad asistencial. Sobre esto no caben interpretaciones.
• Por último, que la Orden SAS/1.730/2010, de 17 de junio, es la prueba de una oportunidad perdida. Y éste es el tema que principalmente justifica nuestra publicación. Esperábamos otra cosa y, como a muchos otros compañeros, nos ha decepcionado.
Puede que alguien crea que eso es lo mejor que se les podÃa haber ofrecido a las futuras enfermeras de pediatrÃa (ahora Enfermeras Internas Residentes [EIR]). Nosotros creemos que no y lo escribimos, defendiéndolo en diferentes foros en más de una ocasión. Por ello, su carta nos lleva a recordar ahora alguna de las cuestiones expuestas y que ustedes evitan comentar. Al revisar esta norma sólo puede quedar la impresión de que este programa de formación ha sido decidido sin tener en cuenta las necesidades de la atención pediátrica. Como señalamos, en sus 25 densas páginas no se hace mención al pediatra ni en una sola ocasión, lo que nos lleva a preguntarnos sobre el papel docente que nosotros podemos tener en su aprendizaje. Su pésima redacción o su más que mejorable –desde nuestra opinión– construcción técnica también deberÃan haberse evitado.
Dentro de las competencias profesionales, por ejemplo, el aspecto nutricional –fundamental en lo que estamos comentando– merece apenas unas lÃneas (20 de las 1.250 lÃneas del documento, de ellas más de la mitad dedicadas a la lactancia materna); en cambio, se plantean reiteradamente como objetivos competenciales el masaje infantil, el respeto/sensibilidad ante la diversidad, el consejo antitabaco, la seguridad vial y «las relaciones sociales». Todo ello envuelto en una especie de consigna o mantra ideologizante («intervenir/planificar/decidir de manera autónoma/independiente» se repite más de 25 veces), que traduce un voluntarismo difÃcilmente asumible desde la pediatrÃa y desde la idea de colaboración pediatra-enfermerÃa.
Esa necesidad de colaboración a la que se apela en su carta, y probablemente asumida por la mayorÃa, es precisamente lo que se ha escamoteado en la redacción de la citada Orden. Para ustedes es posible que no sea asÃ, y que se trate sólo de la percepción de numerosos pediatras de atención primaria y de hospital. Pero lo cierto es que sus propuestas docentes parecen pensadas y redactadas desde la distancia de lo que supone la relación diaria con las familias y la realidad de la consulta de pediatrÃa. Nosotros expusimos y defendemos que la enfermerÃa española se merecÃa algo mejor.
Hay otros puntos en sus comentarios que no podemos pasar por alto. Se habla confusamente de la formación de los médicos (no de los ya pediatras), que es diferente de la planteada desde otros presupuestos de función y competencias que los establecidos para el personal enfermero. Escriben que los que más saben de nutrición infantil serÃan los especialistas en endocrinologÃa y nutrición, cuando precisamente la pediatrÃa se ha constituido en una disciplina médica que asume desde unidades especÃficas y muy activas esta responsabilidad, siendo la referencia con la que trabaja el pediatra general. También se hace una mención incomprensible a la prevención cuaternaria, como anteponiéndola a la prevención en general y a la curación.
Pero, sobre todo, con unos entrecomillados malintencionados, se dice que el texto dice lo que no dice, queriendo manipular y equivocar a los lectores, que a juzgar por las llamadas y correos recibidos deben ser muchos y estar muy interesados. Señalar, por ejemplo, que los motivos de consulta citados son frecuentes –aunque puedan ser difÃcilmente cuantificables– y que exigen una aproximación clÃnica completa no es falaz, como dicen. Pero, además, en ningún lugar del artÃculo aparece que «los vómitos, diarrea, estreñimiento, etc., están asociados de manera habitual a trastornos o enfermedades graves». Lo que se refiere –literalmente– es que «los vómitos, la diarrea, el estreñimiento, la irritabilidad/dolor abdominal (cólicos) o el fallo de medro suelen ser manifestaciones de enfermedad y, a veces, obligan a descartar patologÃas graves». Pueden presentarse también en situaciones banales o "fisiológicas", pero eso sólo lo podremos confirmar por exclusión, lo que nos sitúa necesariamente ante un problema médico»; lo cual resulta diferente a lo que ustedes han inventado. Tampoco se encuentra, ni como «principal argumento» ni de ninguna otra forma, que «le corresponde al pediatra, de manera exclusiva, el manejo de la alimentación del lactante»; revisen el artÃculo. Ni nadie puede leer que «el pediatra es la persona que más sabe de cuidados enfermeros». Además, quieren sacar de contexto nuestro comentario sobre la función de asesoramiento y orientación a los padres; cuando afirmamos –copiamos al pie de la letra– que «en la elección de los alimentos los padres suelen ser los que deciden, casi siempre aconsejados por otras personas. También son los que componen los menús y los que determinan quién realizará esa labor de apoyo en la práctica alimentaria», lo que hacemos es situar a los progenitores en el centro y como principal objetivo de cualquier intervención educativa. Todas estas frases y otras que forman parte de su escrito no se corresponden con que las que aparecen en nuestro artÃculo.
Mucho menos podemos aceptar que escriban que queremos «descalificar de manera constante el nivel de cualificación de las enfermeras». Aunque parezca que no quedara en el artÃculo suficientemente claro, todos sabemos que existen buenas y excelentes profesionales de la enfermerÃa pediátrica, a pesar de que a veces el entorno del que depende su formación no lo favorezca. Asà que no existe una crÃtica sobre el colectivo enfermero en su conjunto ni sobre las personas, que pueden ser absolutamente competentes. Lo que se quiere es resaltar la responsabilidad de lo que se ha hecho ley –y plan de formación de la EIR– sobre unos grupos, unas autoridades y unas instituciones que se han tragado una importante oportunidad de influir favorablemente en este tema.
Los pediatras podemos y debemos denunciar estos hechos. Y lo que quisimos transmitir en el trabajo al que ustedes se refieren es una preocupación y la opinión de los profesionales de la pediatrÃa. Todo lo demás aparece expuesto en sus páginas, que deberÃan leer desde un esfuerzo de autocrÃtica, pensando sobre todo en mejorar la capacitación de la enfermerÃa pediátrica y la salud infantil, sin «asombro y estupor», desde una sincera visión de colaboración y desde la noción de funciones asistenciales estrechamente dependientes y complementarias. Ése es nuestro interés y la obligación de todos.